Para unos el ganar lo es todo. Para otros la pervivencia del estilo es fundamental. Hoy más que nunca me siento orgulloso de ser culé. Son muchos los motivos, no sólo el haberle metido cuatro goles a la soberbia del Real y del Bayern. Ir por el mundo con esta cantera joven, surgida del espíritu del olvidado Tito Vilanova es fabuloso. Tener unos jugadores que no protestan, ni cuando todas las segundas jugadas de los madridistas son faltas a la italiana, pegando pisotones y patadas invisibles por detrás. Ver a un equipo comprometido que lucha hasta el final y a un entrenador que es más listo que el hambre, tranquiliza. Todo ello, siendo fiel a un estilo Barça que tiene que ver con ese ‘fair play’ que siempre mostraron jugadores marca de la casa como Iniesta, Messi, Laudrup o Ronaldinho. Tampoco aquí hemos tenido Mourinhos ni Simeones.
La pervivencia de un estilo es fundamental. Eso lo aprendimos durante los años de la dictadura y con el fútbol romántico de una Naranja Mecánica holandesa que perdiendo sendos mundiales, fue el equipo de la década. Liderar el Barça es ser fiel a ese estilo. Esto es algo que trasciende la simple idea del ADN. Va mucho más allá. Tiene que ver con un fútbol bonito, el ‘seny’ y la elegancia catalana.
Seremos victimistas y cenizos, pero siempre estaremos más cerca de esa educación europea, de la que Florentino parece carecer. Sé que hacer leña del árbol caído no es bueno, pero no quiero dejar pasar la oportunidad de reivindicar un estilo que nos da sentido como club y ciudad. El fútbol imita a la vida y a veces es maravilloso.